lunes, 4 de mayo de 2009

Enfermedad (quizá capítulo uno...)

Sufro la constante persecución de un pasado que me atormenta, los embates de una vida que me castiga a cada paso que doy. Ni siquiera la muerte será alivio para la condena que me ha impuesto el destino, porque mi partida hará desdichada a la única persona a la que nunca he querido dañar, a la persona a la que nunca he querido querer, a la persona que he amado con toda mi alma.
Soy de naturaleza huraña, pero tengo la virtud de tenerlo bien aprendido. No hay peor arisco que aquel que se considera afable, ni peor puñalada que la que no te esperas. No es mi caso. No quiero a nadie a mi alrededor porque no soporto a nadie a mi alrededor, porque de mi cuerpo no se desprende calor y es dolor todo lo que irradia mi espíritu. Hace tiempo que decidí viajar solo por una vida que me despreciaba casi con tanta fuerza como yo la despreciaba a ella, porque aprendí muy pronto que se vive como se sufre, y yo he sufrido demasiado. Quizá por eso alejaba de mí a cualquiera que quisiera tenderme una mano, a quien se acercara a enjugar unas lágrimas que hace tiempo que no lloro. Sólo llora quien tiene sentimientos, y para eso hay que tener corazón. El mío me lo arranqué hace años, y lo guardo en una caja para que me entierren con él cuando me muera. Lo que palpita dentro de mí es simplemente un reloj que descuenta minutos para enviarme a la tierra que nadie me prometió, pero que sé que me espera. Oigo como deja caer cada segundo sobre la certeza de que mi tiempo se agota, que mi vida se extingue. Lo saben los que me rodean, y lo intuyen aquellos con los que me topo por la calle, porque hace tiempo que en mi cara llevo impreso el sello de la muerte.
No puedo decir que en el fondo no ansíe la visita de la parca, y a menudo sueño con el reflejo de la guadaña en el cielo de una boca negra que viene para tragarme y arrancarme de un mundo que detesto y de una vida que me detesta. Sólo un tibio tacto sobre mi piel evita que yo mismo usurpe el papel del maligno y envíe mi vida a las tinieblas. Un susurro que en la noche llena el cielo de música y dicta el compás de las estrellas. Sólo porque ella duerme junto a mí hago un verdadero esfuerzo por mantenerme vivo.
Sabe dios que he intentado por todos los medios apartarla de mi lado. La he convencido de engaños que nunca he sido capaz de cometer, y he intentado hacerle un daño que sólo deseo para mí. Verla salir por la puerta con la promesa de no volver sería un dulce trago de cicuta que pondría fin a mi vida de una manera digna, pero cada vez la siento más cerca de mí, y sé que su alma nunca me abandonará del todo. El final se acerca, demasiado despacio para mí, demasiado deprisa para ella. Nunca me dejará marchar porque ha prometido recordarme para siempre, y un día leí en no sé qué libro que vivimos mientras nos recuerdan. Quiero que me olvide, y lo he intentado todo para conseguirlo. Y en cambio, aquí está ella, con su mano cálida en mi frente, sujetándome la cabeza mientras vomito sobre la taza los últimos estertores de una vida que me abandona, que fluye para siempre desde un cuerpo que agoniza presa de una enfermedad que hasta hace unos meses no sabía ni pronunciar, y que ahora lo dice todo de mí.

Me muero. Yo lo sé. Ella lo sabe. Y aun así sigue a mi lado...

3 comentarios:

gloria dijo...

Ahora soy yo la que se queda muda ante tu relato, que por suerte continúa, aunque seguirá brotando la tristeza en él, supongo. Pero además de tristeza he encontrado una dulzura inmensa... cuando alguien quiere apartar a quien ama de su lado sabiendo que es lo mejor, es porque ama de verdad, no es un amor egoísta, es un amor puro... un amor de literatura... y el que ella resista aún así... incluso en la enfermedad... precioso.
Además debo decirte que este monólogo interior es sublime, no sólo la historia (que me fascina), sino la maravillosa forma de contarlo.
Aquí me quedo, fascinada y esperando la segunda parte.
Un abrazo.

dudo dijo...

Porfa, sí, capítulo dos y tres y hasta que te canses.
No sé cómo describir la sensación que produce ese sentir consciente. Consciente, porque sabe nombrar sus dolores uno a uno, separarlos, analizarlos, comprenderlos y después, sufrirlos.
Tiemblo.

indo dijo...

siiiiii, ya era hora de que te decidieras a hacer capítulos. tus historias siempre me estremecen pero se me quedan tan cortas...
encantada de leer los siguientes capítulos o de comprarlos si les das forma de libro.
me ha gustado mucho la manera de narrar el dolor, la enfermedad, el amor que está ahí al lado...
uf. fuerte, como siempre, inquietante, duro, bien contado...
que no me enrollo,espero el siguient capítulo y punto.
un abrazo, escritor.