martes, 13 de octubre de 2009

Mara

Te observo respirar mientras el sol se despereza y filtra sus primeros rayos a través de la ventana, y tu piel se deja querer cuando recibe las primeras caricias de calidez de una mañana que ya nunca será la misma. En la oscuridad de la habitación, sólo tu respiración rompe el silencio de este amanecer invernal que tiñe de frío las paredes y moja los huesos, trizando cada uno de los nervios de mi médula espinal. Sentado en un rincón, repaso tu cuerpo centímetro a centímetro y me doy cuenta de lo lejos que estamos uno del otro. Tanto, que apenas puedo sentir el calor que hace unas horas me abrasaba en cada uno de tus abrazos. Nos buscamos el uno al otro con el alcohol como único refugio, en medio de una vida que no sentíamos como nuestra porque no podíamos hacer nada para cambiarla. Quizá por eso nos encontramos, solos, varados en ninguna parte. Somos dos mundos inmensos encerrados en una ciudad pequeña que se vuelve más y más estrecha, hasta ahogarnos. Casi no puedo respirar. Noto un miedo creciente a la realidad más inmediata, aquella que deberé afrontar cuando cruce el marco de la puerta, y no vuelva a saber de ti. Tú también me olvidarás. Tan sólo fui para ti un motivo para la duda, una pregunta no resuelta que caerá en el olvido después del tercer café, mientras miras por la misma ventana por la que ahora entra el sol en busca del color de tus ojos. Y sigues durmiendo. Boca abajo, sobre la cama, como la postal de una noche tardía de fiebre y sudor, de saliva y promesas que nunca cumpliremos. Tengo la tentación de levantarme y sentarme a tu lado, y caminar por tu espalda por última vez. Poco a poco, lentamente. Apenas una caricia imaginaria en tu cintura, recorriendo con un dedo los surcos de tu piel. Un roce tibio, una suave descarga de miedo que muere en tu cuello, donde el pelo empieza a nacer. Un último viaje a través de tu cuerpo moreno, pequeño, lejano y oscuro. Imagino que puedes sentir que te miro, que no soy el único que recibe despierto esta mañana de enero. Sabes que estoy ahí, pero me ignoras, porque ha llegado el momento de representar nuestro papel. Toca empezar a olvidarnos y volver a un mundo en el que nunca ha pasado nada, en el que yo quiero ser feliz y tú lo aparentas, y los dos actuamos como si tal cosa. Aún duermes, y ya has empezado a olvidarme. No queda nada de tus besos, de tu aliento, de tu pelo. Ni rastro de tus uñas en mi espalda. Nada que nos demuestre que todo esto ha sucedido, salvo tu sabor en la punta de la lengua, la sal de tu cuerpo en mis labios. Es hora de irnos. Yo a mi vida y tú a la tuya. Me levanto con cuidado y separo mi ropa de la tuya, todavía por el suelo. Cojo tus pantalones y busco en los bolsillos algún motivo para odiarte. Algo de dinero. Un pañuelo. Tu carné. Tu nombre. Ahora que lo pienso, ni siquiera sé cómo te llamas. Si yo te dije mi nombre, ya no lo recuerdas. Decido perderte para siempre. Condenarme a soñarte desnuda, en noches como ésta. Quiero saber tu nombre. Lo necesito. Mara. Hola Mara. Ahora que te conozco, ya puedo empezar a olvidarte…

5 comentarios:

ejica dijo...

Pero bueno Nachete, y esta peazo declaración?? Estás hablando de la misma Mara q conocemos los dos??

I. Ballestero dijo...

Yo sólo conozco a una Mara... veremos qué dice la protagonista...

Patricia Vera dijo...

Esto se pone interesante...

Mara dijo...

La protagonista de esta historia, está super orgullosa de este pedazo de artista. Nacho, ya te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir...escribes como los ángeles.
Simplemente me encanta, y gracias por hacerme formar parte de tu blog, de tu legado.
Cada vez que lo leo...sus letras recorren todos los rincones de mi cuerpo...y hacen que me sienta especial ,muy especial...así q de nuevo GRACIAS!!
Un beso.

Jenn Díaz dijo...

¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.

Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.

Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.
Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.

Los amantes, Julio Cortázar.

(Me encanta el final. Lo suave de todo el relato. Espero que te guste el poema. Al leerte me he acordado de él.)