viernes, 23 de noviembre de 2012

Noviembre

El sol de noviembre no había hecho más que salir cuando ya le daba la bienvenida al frío apoyado en la terraza, dejando que lo que quedaba de noche se me escapara con el humo del cigarro. El grifo de la ducha estaba abierto, y desde el cielo de la azotea podía adivinar cómo el pequeño cuarto de baño se llenaba de vaho, y en el espejo se empezaban a dibujar los rastros de tus dedos, al tiempo que el tiempo seguía borrando tu imagen. Cada vez queda menos de ti entre las paredes de mi casa. El problema es que mi casa fue una casa cuando se empezó a llenar de ti, y ahora que te me escapas me parece menos un hogar y más una cárcel por cuyas paredes se escurre una melancolía que nunca llego a atrapar del todo, que últimamente no me abandona para nada. No sé cuánto tiempo hace desde que te fuiste, pero sé que queda más de una vida para que decidas volver, porque no vas a volver nunca.
Al tiempo que noviembre amanece, la ciudad empieza a despertar. A mis pies brotan los coches que enturbian la mañana y las calles cogen la temperatura de un día cotidiano, un día que volveré a pasar en casa, encerrado, limpiando los rincones que todavía te conservan. Cuando uno está acostumbrado a arder es inevitable que busque entre las cenizas rescoldos que todavía quemen. Al terminar de fumarme el último cigarro de la noche a primera hora de la mañana vuelvo adentro y recorro con la vista el pequeño refugio, aquel escondite en el que no hace mucho tú y yo nos matábamos a dentelladas. No me he molestado siquiera en intentar ocultar tus huellas, y sobre todo lo que veo hay heridas sin cerrar, me basta un vistazo para identificar de golpe tus arañazos.
No es mía toda la ropa que se amontona junto a la cama, ni todo el sudor que se mezcla con las sábanas recién puestas. Hay una piel que se lleva de golpe todo el calor que sale de la ducha, y las gotas recorren los rincones por donde hace poco caminaban mis dedos, mis labios y casi todos mis sentidos. Sin embargo, no puedo dejar de mirar los lugares en los que deberían estar tus fotos. Junto a la cama, en la pequeña mesita blanca de madera, hay una foto tuya en el cajón. La que más me gusta, ésa en la que me miras a través del flequillo que te cae sobre la cara, con la nariz arrugada y el pequeño aro de plata brillando en la aleta de la nariz. Esta noche no me miraba a través de la oscuridad, esperaba boca abajo, en el cajón, a que apagáramos la luz. Tampoco había rastro de ti en la mesa en la que escribo, sonriendo con la bufanda alrededor del cuello y el pelo cayéndote sobre la cara en aquella mañana en la que, juntos, fuimos salpicando de promesas las calles más estrechas de la ciudad. Esa sonrisa está guardada entre las páginas de alguno de los libros que tengo empezados, y que leo a salto de mata para tratar de llenar los huecos que has dejado vacíos. Todas tus fotografías están guardadas en los cajones en esta noche en la que me he puesto por fin a la arenosa tarea de olvidarte.
También hay restos de fotografías en la papelera, lo poco que no ardió en la pira de recuerdos de días pasados. En las fotos en las que salíamos juntos arranqué tu parte y la guardé, y me he dedicado a quemar los pedazos en los que yo salía contigo. No quiero recordarme feliz, sonriente a tu lado, lleno de ti, ahora que tu imagen y tu nombre sólo me provocan una mueca, un pinchazo sordo en el centro del pecho que no me deja respirar. Tu nombre. Un verso pequeño escrito con tan sólo seis letras al que no encontré la rima asonante con las nueve que encabezan mi vida. Tu nombre. Es quizá el único rastro que he dejado esta noche, la única licencia que me he permitido en la primera etapa de desintoxicación, en esta terapia que trata de arrancarme la piel porque todavía te noto sobre ella, clavada, y te tengo que olvidar aunque me duela.
La puerta del baño abierta me obliga a una tregua justo en el momento en el que voy a empezar a llorar, en el que voy a empezar a llorarte. El desorden del piso vuelve a ser silencioso cuando la ducha se cierra, cuando el agua deja de caer y percibo movimientos a través de la cortina de vaho que llena la pequeña estancia. No te sorprenderá saber que la tarea de olvidarte requiere cierta ayuda. Fui selectivo a la hora de buscar: estaba lo suficientemente borracho como para elegir a una chica que se llamara como tú. Pero no eres tú, ni mucho menos. Ni siquiera te pareces, se parece a ti. Donde había un mar negro ella tiene un pelo cobrizo inabarcable, y no hay dos pupilas negras que me desnudan antes de tocarme. En su lugar, encontré dos ojos verdes que jugaban a mirarme como tú. Y un cuerpo que me obligaba a repetir una y otra vez tu nombre, a pesar de que, para empezar a olvidarte, dejé encendida la luz.
Todavía está envuelta en vapor cuando sale desnuda del baño y se sienta en la cama, y empieza a ponerse la ropa. Apenas nos hemos mirado y me ha sonreído, arrugando un poco la nariz. Si no estuviera agarrado a tu recuerdo, podría enamorarme de ella y jugar a que ella se enamorara de mí. Pero hoy, aquí y ahora, eso no es posible. Se tendrá que marchar para dejarte sitio, porque siento cómo dentro de mi cabeza tus fotos, en los cajones, empiezan a palpitar, deseosas de salir a la luz. Enciendo otro cigarro mientras ella se viste y se pone de pie, se estira la falda y camina hacia mí, despacio, con el pelo mojado, mirándome a los ojos. Cuando llega a mi lado me roza con los dedos los labios y me arranca el cigarro de la mano, y me observa antes de darle una larga calada. Sé que el humo viene hacia mí, pero ni siquiera intento cerrar los ojos. Lo hemos pasado bien. Esta despedida merece al menos un par de lágrimas.
-¿Me llamarás? –pregunta, en un tono lastimoso que intuye ya la respuesta.
-Sólo si te cambias de nombre –respondo.
-Por ti, puedo llamarme como quieras.
-Noviembre.
-¿Qué?
-Que te llamaré noviembre –le digo, antes de que me devuelva el cigarro y dé media vuelta, cerrando la puerta con un golpe al salir.
Y pienso que quizá la cosa funcione así. Que la única forma de olvidarte sea desnombrar, uno por uno, a la humanidad entera.

2 comentarios:

Naar dijo...

ains. ese olvido imposible a veces. pero lo cuentas tú y casi, que apetece.
escribe, escribe, escribe. cada una de tus palabras vale por una historia entera, eres capaz de crear una atmósfera pegajosa de la que no se puede ni se quiere escapar con un puñado de frases. así que ya sabes lo que hay que hacer.
un beso.

cirugia plastica de nariz dijo...

Hola, no puedo pasar sin felicitarte por lo bien que escribes, vi todo como si fuera una pelicula mental, senti, recorde, me identifique en algunos tramos y en otros fui espectador... me encanto...
Saludos